Un impecable hombre surgido de la nada se va haciendo un hueco en mi vida, poco a poco. Una amistad especial, cargada de atracción, de fuego corriendo por la sangre. Me mira y me atrapa. Me mira y lo deseo. Y si lo tengo enfrente... ¡Uf!Jose respira sexualidad masculina por todos los poros de su piel. Es un buen macho, mi macho. Me pertenece, igual que yo a él, en los momentos que compartimos.
En casa, encerrados entre cuatro paredes, damos rienda suelta al maravilloso juego del amor. Todo vale. Sabemos lo que queremos y lo que nos gusta. Nos conocemos bien. Conocemos el cuerpo del otro; donde tocar, donde besar, donde amar y como hacerlo. No recuerdo ni un sólo detalle que nos haya hecho parar. La cosa está clara entre los amantes.
El sofá es el punto de partida. Las conversaciones se interrumpen con besos. Una lengua juega con la otra, como con vida propia. Sus dientes atrapan mi labio inferior cuando mi boca se entreabre. Sus manos buscan mis senos sobre la ropa. Las mías recorren su cuello y su pecho hasta llegar a su cintura y detenerse para desabrochar su pantalón. Su sexo al descubierto. Irrefrenable tentación de ahogar mi boca con ese órgano. Su mano en mi cuello indicándome que es eso mismo lo que él quiere. Cumplo gustosa con su deseo y con el mío. Mirarlo de reojo y ver su carita de placer cuando mi lengua acaricia su erecto miembro es una grata recompensa para mí. Orgullo de posesión.
Una de sus manos alrededor de mi cuello, la otra recorriendo mi espalda, entrando en mi pantalón y mi braguita, acariciando con sus dedos la entrada de mi trasero. Su índice, tomando la iniciativa, es el primero en entrar. Lo hace sin dificultad. Es un visitante asiduo y bien recibido. Movimientos suaves van abriendo el paso a un segundo dedo.
- Ven.
Voy, mientras me desabrocho el pantalón y lo bajo hasta las rodillas acompañado de mi braguita. Apoyo mis manos en el brazo del sofá y dejo mis nalgas a su plena disposición. Pasa su mano por su lengua para después humedecer, aún más, su sexo y mi ano. La punta de su miembro desnudo, tocándome, pugna por entrar. Y lo hace. Despacito, muy despacito se adentra en mí. Mi mente entera se vuelca a vivir la sensación.
Pasa la punta y pasa el resto. Una penetración perfecta. Un movimiento suave que comienza a acelerarse. Sus manos en mis caderas, sujetándolas fuertemente, impide que nos separemos, pero claro, ninguno de los dos queremos eso. Gozamos de la unión y más cuando el vaivén de su sexo se torna brusco, duro y rápido. No puedo reprimir mis gemidos. Y tampoco quiero hacerlo.
Su mano busca mi sexo, que palpita por el orgasmo que acaba de vivir, para maltratarlo con múltiples caricias en el clítoris. Eso provoca en mí una sacudida de placer encadenado y encadenándose al ya vivido con la penetración trasera. Las sensaciones me marean y mis manos flojean haciéndome caer sobre el brazo del sofá. Sus potentes embestidas no cesan. Estallo nuevamente sin remedio. Su sexo sale de mí. Me giro para besarlo. Su miembro se clava en mi vientre. Noto su humedad.
Subiendo las escaleras que nos lleva al dormitorio, medio desnudos, mis ojos se centran en el movimiento de su trasero. Me gusta mucho lo que veo y mis manos, guiadas por el deseo, lo acarician levemente. Llegamos a la cama ya desnudos por completo. Teniéndolo tumbado, vuelvo a lamer su sexo para humedecerlo todavía más y prepararlo para el segundo asalto a mi retaguardia.
- Antes quiero un poco de tu sexo.
Y yo también quiero tenerlo dentro, así que sujeto con una mano su miembro y me lo meto hasta lo más hondo de mi cueva, sentándome sobre él. Cabalgo sobre Jose a un ritmo tranquilo. Es así como, en esa posición, su sexo roza los puntos débiles de mi cavidad. Mi sexo chorrea un nuevo orgasmo, mojando un poco su escaso vello púbico. Me tumbo a su lado. Él maneja uno de los juguetes que compartimos; un vibrador de algo más de 20 cm. Me besa mientras abre mis piernas y dirige el aparato hasta la entrada de mi sexo para hundirlo. Sentado de espaldas sobre mi vientre, se entretiene jugando con el vibrador y me acaricia fuertemente el clítoris con sus dedos. ¿Cómo no tener un orgasmo tras otro con semejante masaje?
Fuera de mi sexo, el juguete se centra en mi ano. Guiado por las sabias manos de Jose, éste lo hunde completamente. No puedo evitar soltar un grito al ser poseída de golpe por tan grueso y duro juguete. El acelerado ritmo con el que Jose marca el movimiento del utensilio y la vibración de éste, dilatan mi agujero trasero tanto, que tengo la sensación de que nunca más volverá a cerrarse.
Arrodillada sobre la cama, con mi chico de pie a mi espalda, su sexo vuelve a ser el amado huésped de mi trasero. Ahora tiene el camino más abierto que antes, pero igual de acogedor. Las fuertes y frenéticas embestidas de su sexo me hacen caer rendida sobre la cama y Jose cae sobre mí también sin dejar de moverse. Con sus manos sujeta y estira mi pelo, me tapa la boca, me ahoga, muerde mi espalda. Me hace daño y no me quejo; estoy rendida al fuego que desprendemos. El sudor resbala por nuestros cuerpos, mezclándose también. Agotados, nos separamos para darnos un minuto de respiro.
- Jose, ponte a cuatro patas.
Ahora lo tengo ahí, a cuatro sobre la cama, con sus nalgas abiertas para mí. Sujeto con ambas manos los cachetitos para separarlos y dejar totalmente al descubierto su entrada trasera. Paso mi lengua por ella. Humedezco su estrecho ano y hundo mi lengua en él. La meto un poco y la saco. Entre mis manos, un tubo de crema para untar en mis dedos. Lubricados, introduzco primero uno. Lo saco. Ahora otro. Intento con dos. Si, si caben. Con los dedos clavados en su trasero, busco el juguete que antes me había poseído a mí. Le pongo bastante lubricante. ¿Pasará? Voy a ver. Saco mis dedos y dibujo círculos con el aparato en la entrada del trasero de Jose. Lo sitúo justo en el centro y comienzo a empujarlo suavemente. Consigo encajar la punta. Mi hombre rompe su silencio con un leve gemido. Lo que mis ojos presencian, me provoca un orgasmo cerebral. Si, es ahí donde lo siento, donde empieza y donde acaba, porque mi piel no entra en el juego.
Volvemos a estar tumbados el uno junto al otro. Con un beso suyo, vuelvo a estar bajo su poder. Abre mis piernas y se echa sobre mí. Con una de sus manos busca mis agujeros para hundir sus dedos. Su sexo, sin dejar de estar erecto ni un sólo segundo, se sitúa, una vez más, en mi orificio trasero. Se adentra de un sólo empujón hasta lo más profundo. Un movimiento lento y continuo, incesante, acaba provocando un fuerte orgasmo a Jose al tiempo que yo también me deshago con el mío. Su esperma me inunda el trasero completamente. Al salir su miembro de mí, noto como su abundante y espeso semen se escurre por mi recto y se asoma por mi palpitante ano. Me arde. Es como fuego, como lava candente recorriendo mis adentros. Magnífica sensación. Ahora soy más suya todavía. Mi espalda ha quedado señalada por sus dientes y por su pasión. La primera señal desaparecerá, la segunda se mantendrá.
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En casa, encerrados entre cuatro paredes, damos rienda suelta al maravilloso juego del amor. Todo vale. Sabemos lo que queremos y lo que nos gusta. Nos conocemos bien. Conocemos el cuerpo del otro; donde tocar, donde besar, donde amar y como hacerlo. No recuerdo ni un sólo detalle que nos haya hecho parar. La cosa está clara entre los amantes.
El sofá es el punto de partida. Las conversaciones se interrumpen con besos. Una lengua juega con la otra, como con vida propia. Sus dientes atrapan mi labio inferior cuando mi boca se entreabre. Sus manos buscan mis senos sobre la ropa. Las mías recorren su cuello y su pecho hasta llegar a su cintura y detenerse para desabrochar su pantalón. Su sexo al descubierto. Irrefrenable tentación de ahogar mi boca con ese órgano. Su mano en mi cuello indicándome que es eso mismo lo que él quiere. Cumplo gustosa con su deseo y con el mío. Mirarlo de reojo y ver su carita de placer cuando mi lengua acaricia su erecto miembro es una grata recompensa para mí. Orgullo de posesión.
Una de sus manos alrededor de mi cuello, la otra recorriendo mi espalda, entrando en mi pantalón y mi braguita, acariciando con sus dedos la entrada de mi trasero. Su índice, tomando la iniciativa, es el primero en entrar. Lo hace sin dificultad. Es un visitante asiduo y bien recibido. Movimientos suaves van abriendo el paso a un segundo dedo.
- Ven.
Voy, mientras me desabrocho el pantalón y lo bajo hasta las rodillas acompañado de mi braguita. Apoyo mis manos en el brazo del sofá y dejo mis nalgas a su plena disposición. Pasa su mano por su lengua para después humedecer, aún más, su sexo y mi ano. La punta de su miembro desnudo, tocándome, pugna por entrar. Y lo hace. Despacito, muy despacito se adentra en mí. Mi mente entera se vuelca a vivir la sensación.
Pasa la punta y pasa el resto. Una penetración perfecta. Un movimiento suave que comienza a acelerarse. Sus manos en mis caderas, sujetándolas fuertemente, impide que nos separemos, pero claro, ninguno de los dos queremos eso. Gozamos de la unión y más cuando el vaivén de su sexo se torna brusco, duro y rápido. No puedo reprimir mis gemidos. Y tampoco quiero hacerlo.
Su mano busca mi sexo, que palpita por el orgasmo que acaba de vivir, para maltratarlo con múltiples caricias en el clítoris. Eso provoca en mí una sacudida de placer encadenado y encadenándose al ya vivido con la penetración trasera. Las sensaciones me marean y mis manos flojean haciéndome caer sobre el brazo del sofá. Sus potentes embestidas no cesan. Estallo nuevamente sin remedio. Su sexo sale de mí. Me giro para besarlo. Su miembro se clava en mi vientre. Noto su humedad.
Subiendo las escaleras que nos lleva al dormitorio, medio desnudos, mis ojos se centran en el movimiento de su trasero. Me gusta mucho lo que veo y mis manos, guiadas por el deseo, lo acarician levemente. Llegamos a la cama ya desnudos por completo. Teniéndolo tumbado, vuelvo a lamer su sexo para humedecerlo todavía más y prepararlo para el segundo asalto a mi retaguardia.
- Antes quiero un poco de tu sexo.
Y yo también quiero tenerlo dentro, así que sujeto con una mano su miembro y me lo meto hasta lo más hondo de mi cueva, sentándome sobre él. Cabalgo sobre Jose a un ritmo tranquilo. Es así como, en esa posición, su sexo roza los puntos débiles de mi cavidad. Mi sexo chorrea un nuevo orgasmo, mojando un poco su escaso vello púbico. Me tumbo a su lado. Él maneja uno de los juguetes que compartimos; un vibrador de algo más de 20 cm. Me besa mientras abre mis piernas y dirige el aparato hasta la entrada de mi sexo para hundirlo. Sentado de espaldas sobre mi vientre, se entretiene jugando con el vibrador y me acaricia fuertemente el clítoris con sus dedos. ¿Cómo no tener un orgasmo tras otro con semejante masaje?
Fuera de mi sexo, el juguete se centra en mi ano. Guiado por las sabias manos de Jose, éste lo hunde completamente. No puedo evitar soltar un grito al ser poseída de golpe por tan grueso y duro juguete. El acelerado ritmo con el que Jose marca el movimiento del utensilio y la vibración de éste, dilatan mi agujero trasero tanto, que tengo la sensación de que nunca más volverá a cerrarse.
Arrodillada sobre la cama, con mi chico de pie a mi espalda, su sexo vuelve a ser el amado huésped de mi trasero. Ahora tiene el camino más abierto que antes, pero igual de acogedor. Las fuertes y frenéticas embestidas de su sexo me hacen caer rendida sobre la cama y Jose cae sobre mí también sin dejar de moverse. Con sus manos sujeta y estira mi pelo, me tapa la boca, me ahoga, muerde mi espalda. Me hace daño y no me quejo; estoy rendida al fuego que desprendemos. El sudor resbala por nuestros cuerpos, mezclándose también. Agotados, nos separamos para darnos un minuto de respiro.
- Jose, ponte a cuatro patas.
Ahora lo tengo ahí, a cuatro sobre la cama, con sus nalgas abiertas para mí. Sujeto con ambas manos los cachetitos para separarlos y dejar totalmente al descubierto su entrada trasera. Paso mi lengua por ella. Humedezco su estrecho ano y hundo mi lengua en él. La meto un poco y la saco. Entre mis manos, un tubo de crema para untar en mis dedos. Lubricados, introduzco primero uno. Lo saco. Ahora otro. Intento con dos. Si, si caben. Con los dedos clavados en su trasero, busco el juguete que antes me había poseído a mí. Le pongo bastante lubricante. ¿Pasará? Voy a ver. Saco mis dedos y dibujo círculos con el aparato en la entrada del trasero de Jose. Lo sitúo justo en el centro y comienzo a empujarlo suavemente. Consigo encajar la punta. Mi hombre rompe su silencio con un leve gemido. Lo que mis ojos presencian, me provoca un orgasmo cerebral. Si, es ahí donde lo siento, donde empieza y donde acaba, porque mi piel no entra en el juego.
Volvemos a estar tumbados el uno junto al otro. Con un beso suyo, vuelvo a estar bajo su poder. Abre mis piernas y se echa sobre mí. Con una de sus manos busca mis agujeros para hundir sus dedos. Su sexo, sin dejar de estar erecto ni un sólo segundo, se sitúa, una vez más, en mi orificio trasero. Se adentra de un sólo empujón hasta lo más profundo. Un movimiento lento y continuo, incesante, acaba provocando un fuerte orgasmo a Jose al tiempo que yo también me deshago con el mío. Su esperma me inunda el trasero completamente. Al salir su miembro de mí, noto como su abundante y espeso semen se escurre por mi recto y se asoma por mi palpitante ano. Me arde. Es como fuego, como lava candente recorriendo mis adentros. Magnífica sensación. Ahora soy más suya todavía. Mi espalda ha quedado señalada por sus dientes y por su pasión. La primera señal desaparecerá, la segunda se mantendrá.
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